Foto: Luisu |
En el extremo suroccidental del Algarve, en Portugal, se extiende hacia el océano Atlántico un espolón de paredes rocosas, un extenso promontorio en forma de triángulo, la última porción de tierra portuguesa que veían los navegantes que dejaban su patria. Se trata del promontorio de Sagres, que termina en el cabo de San Vicente, un punto neurálgico para el tráfico marítimo procedente del Mediterráneo que, después de atravesar el estrecho de Gibraltar se dirige hacia el norte de Europa y hacia América. El promontorio ya tenía importancia estratégica en tiempos pretéritos antes del advenimiento de los barcos de vapor, ya que para afrontar la travesía, los grandes veleros, difíciles de maniobrar con viento contrario, debían descender frente a las costas de Portugal hasta el Cabo de San Vicente, para encontrar los vientos favorables que deberían impulsarlos hacia América. En esta región la costa rocosa y escarpada del norte deja sitio a un paisaje más suave, caracterizado por una sucesión de blancas playas arenosas hasta la frontera con España.
Foto: Luisu |
Ya en tiempos remotos, un grupo de monjes franciscanos edificó en el extremo del promontorio un abrigo para acoger a los peregrinos que iban de paso por ella. En 1515 existía en este punto un pequeño monasterio rodeado de algunas fortificaciones. Aquí los religiosos encendían un fuego para indicar el camino a las naves. Este rincón de Portugal, debido a su posición, no era un enclave pacífico: en 1587 el corsario de la reina Isabel I, Sir Francis Drake, alcanzó las costas ibéricas y, tras haber atacado Cádiz, se dirigió hacia el norte destruyendo varias pequeñas fortalezas, entre ellas también la que se encontraba próxima al Cabo de San Vicente; la Fortaleza do Beliche.
A pesar de los turbulentos acontecimientos históricos que caracterizaron al Algarve, el monasterio creció y sobre su techo el ingeniero Parreira da Silva levantó en 1846 un faro cilíndrico blanco de 25 metros de altura (88 metros sobre el nivel del mar) de características únicas. En efecto, sobre el extremo de la torre contruyó una linterna de enormes proporciones, de cuatro metros de altura y con un diámetro de 1,33 metros.
En 1906 se instalaron lentes de Fresnel hiperradiales con un alcance de 32 millas que conviertieron a este faro en uno de los más potentes del mundo. En 1982 el sistema de señales se automatizó. Desde entonces, potentes destellos blancos rasgan la oscuridad cada cinco segundos y velan por las naves que pasan.
Localización
Fuente consultada: FAROS del Mundo. Autora: Annamaría "Lilla" Mariotti. Ediciones Librería Universiaria de Barcelona. 2007